Mujer sencilla, treinta años, bien en todos los
sentidos y hasta ahora muy puesta a prueba sentimentalmente, ingresos medios de
quinientos mil dólares anuales, busca señor, incluso calvo, honesto y sensible
para fundar un hogar prolífico. Escribir a Marilyn Monroe, Sutton Place,
Nueva York". Norma, Norma Jeane, la rubia de todas las rubias, la amante
de América, jamás recibió respuesta. Como tantas otras veces. Como toda su
vida.
A los cincuenta años de su muerte, Marilyn está más
viva aún que Elvis. Desclasificados y puestos en mundial circulación los
documentos del FBI sobre la actriz, la tentación vive arriba y se llama
conspiración. Recientes testimonios como el del psiquiatra forense José
Cabrera (CSI: Marilyn. Caso abierto) vuelven a incidir en que la rubia
universal no quería suicidarse porque, como dice el doctor, "ella era una
superviviente, y los supervivientes no se suicidan".
Apenas hacía unos meses, febrero del 62, seis meses
antes de su muerte, que Marilyn había tenido su última aventura, cayendo en los
brazos de José Bolaños ("El último amante de Marilyn", de Xavier
Navaza), aspirante a actor y de origen gallego. Había cantado tórrida y desvencijada
el cumpleaños feliz para JFK, quien se "la pasó" a su hermano Bobby,
Fiscal General de los Estados Unidos. Tal vez fue en ese momento cuando a la
tentación rubia le pusieron fecha de caducidad: domingo 5 agosto de 1962.
En el 12305 de Fifth Helena Drive, en Los Ángeles, una
mujer extraordinariamente bella yace muerta en su habitación. La autopsia, que
se le encargó a un principiante, el doctor Noguchi, conocido más tarde como
"el forense de las estrellas", apunta a la solución más fácil y la
más deseada por muchos: suicidio, sobredosis de barbitúricos. Qué se podía
esperar de un alma perdida como la de Marilyn. La rubia que quizá había llegado
a ser demasiado molesta, si hasta se dijo que era simpatizante del Partido
Comunista de América. Y sin embargo solo era una mujer sola. "Yo no
era una vagabunda ni una puta", gritaría a través de la voz de Joyce
Carol Oates en "Blonde".
Pasar por doce orfelinatos, no distinguir entre la
noche y el día, vivir en una vigilia permanente, sentirse a todas horas considerada
muy inteligente, sobre todo de cerebro para abajo, enloquecería a cualquiera.
Pero aquel 5 de agosto, su diario rojo, el cuaderno de bitácora de su vida,
también desapareció. ¿Contenía demasiados nombres propios, demasiadas
pistas, demasiadas direcciones, demasiados números de teléfono? Contenía al
menos una frase definitiva: "No quiero que me comprendan, quiero que me
quieran".
La Rubia Universal estaba sola. No era tonta, ni era
una suicida, no era una zorra ni era una ignorante. La edición de
"Fragmentos", con sus reflexiones, sus poemas, silenciaron al mito,
dieron voz a una mujer de carne y hueso: "Nada ni nadie va a hundirme.
Últimamente estoy en baja forma, son cosas del corazón, pero pasarán, todo
pasa, pero nunca estaré acabada. Nada va a hundirme". ¿Quién provocó el
naufragio?